domingo, 17 de julio de 2011

Is this our destiny? - Cap 2.

―Cría. Cría, ¿¡CRÍA YO?! ―un rayo cayó a unos tres metros en dirección sur, partiendo por la mitad un abeto, pero desgraciadamente, ya no había ningún ser con el cual pudiera despotricar con libertad; la pequeña manada se había marchado y con ellas el que la había llamado así. Le daban igual sus motivos, nadie le decía así sin pagar las consecuencias… bueno, aunque con esos ojos, podría hacer una excepción. Jamás creyó que unos orbes de un color chocolate corriente fueran tan… hermosos. ¿¡Pero qué carajos estaba diciendo?

Por precaución, estaba en una "tierra de nadie". Lo había comprobado con exhaustividad para poder recostarse a pasar su furia, tranquilamente y sin herir a nadie. Cuando estaba exasperada, era mejor no acercarse o podría sufrirse una electrocución severa. Había tenido que pescar, ¡pescar, por Dios! Para poder alimentarse. Era el colmo. Abrió la boca en un exagerado bostezo, dispuesta a dormir, para olvidar….

Soñar siempre había sido su escape a los tediosos problemas de la vida como "loba solitaria"; era hermoso imaginarse algo más allá de lo que veía a diario, desear tener aventuras e incluso enamorarse. Tener aventuras, desafiar a la muerte y encontrar, aunque fuese en su pequeña, infantil y extraña mente, encontrar un lugar en el cual pudiera ser ella misma. Sin críticas ni preguntas estúpidas. Sólo viviendo. Con alegría se dejó llevar por la sensación de relajo que le producía evadir la realidad.

Cuando llevaba algunas varias en eso, algo interrumpió su descanso (que pretendía ser algo similar a una pequeña hibernación). Más bien, alguien lo hizo. Pretendía seguir con los párpados caídos, pero era inevitable debido a que sentía la mirada de alguien a su lado. Con desidia, despegó un par de sus pestañas para encontrarse con unos hermosos ojos verdes.

―Tienes cinco minutos para explicar porque me despertaste antes de que te mate ―como si se tratara de una broma, sonrió, terminando de incorporarse. De todas maneras, ya era hora de volver al presente.
―No era mi intención, querida ―excelente. Otro tío con complejo de galán ―, pero es que te veías hermosa dormida.
―Claro…
Sin demasiadas ganas de conversar, caminó hasta el arroyo cercano para beber un poco de agua. Pero el lobo seguía tras ella, haciendo preguntas que la irritaban cada vez más. Al final, lo que quedaba de su diminuta paciencia, sencillamente, se colmó.

―Vale, está bien, ¿qué quieres? ―se detuvo en seco, dándose media vuelta para sentarse frente a él. Sostuvo el contacto visual un rato muy largo, antes de que él lo rompiera con un pestañeo.
―Tú nombre.
―Ma-ria-nna. ¿contento?
―No todavía ―el esbozó una media sonrisa que se suponía era seductora ―, ¿quieres ir a cazar conmigo?
―Déjame pensarlo… hmmm… no.
―Eh, vamos, como amigos ―ella torció el hocico ante tal tontería, así que trató de decirlo mejor―. Bueno, si lo ves desde un punto de vista objetivo, sería más productivo que cazáramos los dos… se nota que tienes hambre.
―No ―para su vergüenza, desde el fondo de su estómago salieron ruidos extraños que no ayudaban a su negativa ―, bueno, da igual.

Sin aceptarse, pero tampoco negarse, adoptó una posición y por supuesto, su indeseado acompañante no se quedó atrás. A pesar de todo, tuvo que admitir que era bueno; Apenas había pensado en atacar cuando este ya se había cargado al más grande de una manada de alces que pastaba cerca. Anonadada, se quedó de piedra al ver como alguien que parecía tan… idiota (y un montón de adjetivos en lo absoluto agradables) fuera un buen cazador. Para completar, lo dejó frente a ella como un sangrante y delicioso regalo.

―¿No vas a comértelo? ―entrecerró un ojo. Fue un gesto cómico que hizo que Ridge sonriera.
―No si no es contigo.

Ah… genial. Le ahorraban la vigorizante (aunque fatigosa) cacería, pero tenía que comer con un boludo. Menudo lío. Resignada por una vez, se echó en la grama para ¿desayunar? Junto al joven lobo, que no dejaba de mirarla a cada rato con evidente interés a pesar de su negativa, casi palpable. Tuvo varias veces que alejarse de su cercanía, pues no parecía conocer el concepto de "espacio personal". Pero valió la pena; estaba buenísimo.

―Disfruté la comida. Gracias Ridge.
―De nada, preciosa.
―Es una lástima que no podamos ser amigos, podría…
―¡RIDGE!

Esa voz hizo temblar a Marianna de pies a cabeza, a pesar de que sólo la había escuchado una vez en su vida. El tono frío e indiferente, tan helado que le detenía la sangre en las venas, la hizo tragar saliva. Pero, gracias al cielo, pudo mantener la compostura antes de que Lance saliera delante de ella. Esta vez, ya fuese por su actitud o por el hecho de que no estaba sola, no la ignoró.

―¿Qué haces con ella? Ayer estaba en nuestro territorio, cazando sin autorización como "perro por su casa" ―reclamó con voz baja, contemplándola con una mezcla de desdén y bien disimulada sorpresa. Sin embargo, podía notar el escrutinio en esos ojos castaños.
―Lance, este no es nuestro territorio. Sólo le hacía compañía.
―Tsk, da igual, necesito qué…
―No, no da igual ―a pesar de que obviamente no era bienvenida, ella intervino en la conversación sin ser invitada ―, porque tú ayer me llamaste cría como si tal cosa.
―Perdona, pero eres una cría ―Lance hizo un mohín arrogante que le irritó de sobremanera ―no se le insulta a un cerdo por llamarle cerdo, ¿no?
―¿Entonces si te digo prepotente bueno para nada no te enojas?

Una chispa de rabia brotó en la mirada del lobo, que contra su voluntad le gruñó, enseñándole los dientes. Ridge parecía preocupado y la apartó de su camino para que no resultara herida, o al menos, lo intentó.

―No es una buena idea meterse con él, Marianna. Vete, por favor.
―Perro que ladra no muerde.
―Habla por ti, cachorra.
Allí, ella no aguantó más y con un salto hacia adelante, logró clavar sus colmillos en el pelaje del lomo, pero sólo unos breves instantes; de una sacudida, Lance logró quitársela de encima. Esta vez, la máscara fría había desaparecido y una ira sorda recorría cada fibra de su ser. No soportaba que le faltaran al respeto, ni aunque fuera una mocosa, perdonaría tal ofensa. ¿Cómo se le ocurría siquiera tocarlo?
Contra sus predicciones, ella pronto estaba de pie, mostrándole los colmillos.

Por un momento, un breve segundo, se sorprendió. Los ojos de la loba, antes castaños, ahora estaban purpúreos, brillantes y con una chispa que no presagiaba nada bueno. Había subestimado su fuerza… bah, no. Sólo necesitaba un ataque directo al cuello y…
Ridge frustró sus planes, colocándose entre ellos. Bueno, más bien, delante de Marianna.

―¿Qué demonios haces? ―inquirió, fúrico, mientras buscaba un hueco en su defensa. El no cedió.
―Sabes que vas a matarla si inicias.
―Cuanta confianza, tío ―intervino ella, aún gruñendo.
―Me da igual, Ridge. Ayer de intrusa, hoy de tonta; se lo ganó.
―Pues tendrás que pasar por encima de mí.
―No necesito que me defien…
¡Demasiado tarde! Ni terminar la frase pudo. Antes de que parpadease siquiera, ya ambos machos estaban enzarzados en una pelea donde su nuevo pretendiente llevaba la peor parte.

Era muy buen luchador, pero no se podía comparar con Lance, que ya había logrado sacar sangre a su pobre contrincante con el sólo filo de sus poderosos colmillos, que deslizaba entre la piel y pelaje de Ridge, rasgándole con suma facilidad. Las garras de sus patas delanteras encontraron el cuello de este, y cuatro marcas carmesí se formaron inmediatamente en él. En medio de su desesperación, su oponente sólo atinó a morderle el cuello para permitirse respirar algo de oxígeno, pero no pudo inmovilizar al híbrido demasiado tiempo; Ambos retrocedieron hacia atrás, para rondarse con gesto amenazador antes de volver a clavarse los dientes. Oyó el agudo gemido de Ridge taladrar el aire.

Estaba paralizada ante lo brutal de la pelea, demasiado sorprendida para poder mover un músculo; Con feroces gruñidos que retumbaban con un eco magnifico en el bosque, cada asalto era más cruel que el anterior, sin siquiera un momento de tregua. Podría distraerlo saltando sobre él otra vez, o quizás desviando el ataque hacia sí…
―¡Haz algo, demonios! ―gritó su conciencia.

Aún cuando su instinto le indicaba que salir corriendo de allí era lo más idóneo si quería sobrevivir, no podía dejar que mataran (o dejaran inválido) al joven que tan amablemente la había tratado. Contra su voluntad, en vez de echar a correr para estar a salvo, se arrojó sobre Lance, haciéndolo caer al piso. No era tan pequeña como se veía y pesaba bastante a pesar de su estilizada figura. Con saña ensartó
los dientes en una oreja de Lance, que, satisfecho de haber logrado que atacara, centró toda su atención en ella. Ridge, al borde de la inconsciencia, se quedó en el piso. Lo único que superaba su dolor era la angustia que sentía por Marianna.
Ambos se miraron un largo rato. Quizá un minuto entero, percibieron lo poco que se vislumbraba del alma ajena, pero se rompió el contacto visual cuando dejaron de rondarse para atacar. La loba trató de controlar su ira para ser ella quien lo hiriera y no los elementos que poseía….

Ser delgada era una constante desventaja, pues Lance podía atacar con fluidez sus puntos más débiles en un meno lapso de tiempo. Pero ella contaba con algo que él no tenía: Cólera en cada pelo de su cuerpo. Con ira arremetía en cada pedazo desprevenido que cogía, y no le iba tan mal como a Ridge. Mal que bien, estaban a la par, cada vez más agresivos, hasta que Lance oyó tronar algo dentro de la joven.
Una pata se había quebrado, bueno, él le había roto la pata.

El aullido de dolor fue breve y muy, muy agudo. Lance se estremeció; En algún rescoldo de su mente se sentía culpable. Una mordida por una fractura no era algo justo, incluso para él, eso sin contar los múltiples rasguños, mordiscos… sangraba por casi todos lados. Sintió lástima, pero en el fondo, lo carcomía un tanto la pena.
Ella trató de volver a atacar, pero retrocedió. El frío rostro mostraba ni un ápice de consideración; Qué le afectara era una cosa, que se lo dejara ver, otra muy distinta.

―Ya basta por hoy. Matar cr… no quiero mancharme las patas ―corrigió, previniendo otro ataque de histeria. Dirigió a Ridge una mirada que decía claramente "hablamos después", desapareciendo entre los árboles. Cojeaba.
Cojeaba, ¡por Dios! Era la primera vez que alguien se mantenía vivo… y enérgico luego de más de quince segundos luchando con él; merecía una segunda oportunidad.

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