lunes, 19 de septiembre de 2011

Fic de San Valentín - Cap 5♥

―Tengo hambre.
―Hace poco estabas comiendo… ―musitó su voz cercana, mientras unas manos suaves le acariciaban el cabello. Estaba tirada a lo largo y ancho del pecho de Lance, sin las más mínimas ganas de moverse de allí. La camiseta estaba colgada al respaldo de la cama.
―Mm, buen punto, pero igual, tengo hambre.
―Puedes seguir comiendo si quieres…
―El hecho de que me llene la boca no significa que haga lo mismo con mi estómago.

Se quedaron un buen rato en aquel delicioso silencio, observando cómo los rayos de una tarde templada se colaban por la ventana abierta. Desnudos y distraídos en otras cosas como estaban, era difícil calcular la hora. Marianna abrió un ojo, dirigiéndole al despertador en su mesita de noche. Eran las dos y media de la tarde; Con razón su estómago exigía nutrientes. Con una flojera casi palpable, se incorporó lentamente. Su melena, antes esparcida por allí, golpeó contra la espalda bronceada a la vez que bostezaba de manera magistral, rascándose la nuca. Hubiese preferido quedarse allí otro rato más.
―Vamos a almorzar a la calle, no quiero cocinar ahorita.
Más que una petición, parecía una orden, muy, muy suave. Lance enarcó una ceja, mirando cómo se levantaba. Su figura sinuosa estaba casi directamente iluminada por la luz del sol, y la definida curva de su cintura era seguida por el moreno mientras caminaba hacia la ducha. La esperó un rato, hasta que una especie de grito le llegó a los oídos.

―Ven, Lance, el agua está perfecta…
El dudó unos momentos, pues aunque llevaba horas más que simplemente viéndola, aún le daba algo de “cosa” tenerla enfrente sin más vestimenta que su piel. Novato.
Algo que decía como “Desnuda que la naturaleza no se equivoca, y si te hubiera querido con ropa, con ropa hubieses nacido…”, salía de la lucha a un ritmo bastante pegajoso, junto con el sonido del agua cayendo. Abrió la puerta: Lo primero que vio fue un espejo-botiquín abarrotado al azar. La cerámica era de un tono crema (raro para los colores del resto del departamento), el lavamanos, pequeño… Y en una esquina, la… ¿ducha? ¿Bañera? Más rara que había visto en su vida.

Entró lo más silenciosamente que pudo, pero una especie de “aah” ahogado salió de sus labios, delatándolo. Marianna se rió suavemente, terminando de frotar el shampoo con un agradable olor a vainilla en su cabello. Al parecer, su desnudez no le interesaba mucho que digamos, y volteó sonriente, con el cabello lleno de espuma, para halar al joven de la mano. Lance se estremeció un poco al sentir el contacto con el agua. La chica seguía de lo más tranquila; Obviamente, no era una experiencia nueva para ella. En un gesto de ternura, Marianna le abrazó por la espalda, sin segundas intenciones (cosa difícil tomando en cuenta los dos bultos en su pecho que le hacían pensar en otras cosas), antes de secarse e irse a su cuarto.

Estaba contenta. Hacía muchos meses (demasiados quizá) que no amanecía en un departamento ajeno, para luego ducharse y huir. Adiós al susodicho, al compromiso, a todo. Pero, Lance tenía algo que le hacía querer despertar todas las mañanas así, tirada sobre él, hablando de tonterías. Para ir a almorzar. Sería genial (aunque era una fantasía, tomando en cuenta que ella estudiaba y trabajaba), tener a ese chico para ella sola por… mucho tiempo.
Se ató el sujetador negro (como casi toda su ropa interior), se puso la blusa, los shorts, los zapatos… A esperar al muchacho, se dijo a sí misma, situándose frente al espejo para recoger con extraño perfeccionismo su cabello en una cola de caballo. Él, imitando su gesto en la ducha, la abrazó por detrás. Marianna aspiró, relamiéndose los labios; olía a uva, otro de los champuses en su baño.
―Sabes, Lance, la intención de que me levantara y bañase, era para salir de la cama. No ayudas estando tan cerca.
―Pues la verdad no me molestaría volver ahí estando contigo.
―Ni a mí, pero, tengo ganas de comer algo con “nutrientes” ―resaltó la última palabra para evitar que sonara a… Otra cosa. El chico aún la tenía aún atrapada, y parecía meditar ese punto con toda la tranquilidad del mundo. Ya estaba vestido, aunque, le había prestado una playera de Julio -la otra estaba demasiado llena de alcohol con pelusas de debajo de su cama-, una negra sencilla.
Daban ganas de comérselo. Aunque, bueno, su obsesión malsana deformaría a Lance para hacerlo guapo aún vestido con un disfraz de animalito rosa.

―¿Alguna vez has viajado en moto? ―inquirió, mientras, bajando de la mano hasta el mismo lugar donde había iniciado la “fiesta” la noche pasada, las vecinas mayores comentaban al mirarla pasar. Ella tenía muchas relaciones rápidas, pero procuraba llevar la menor cantidad de hombres a su casa, primero, para evitar habladurías, segundo, porque, sencillamente, prefería estar en cualquier lado perdiendo el tiempo, mientras ella no tuviera que limpiar.
―No en realidad...siquiera viajo mucho en auto, siempre he preferido mis pies como medio de transporte ―caminaba muy cerca de ella―, ¿por qué la pregunta?
―Oh… ―Marianna sonrió de manera manipuladora ―, es que yo siempre viajo en moto, y la verdad no tengo ni la más mínima gana de viajar a pie hoy.
La miró fijamente, examinando sus gestos con cuidado para luego sonreírle de manera cariñosa acariciando su cabello, aún húmedo.
―Lo que tú quieras estará bien para mí, no importa lo que sea.
―Claro... ―ella hizo un gesto incrédulo, pegándose más a él. Eran la única parejita en el lugar y objeto de múltiples miradas ―, sugeriría algo pero... mira, es aquella.

Con una sonrisa casi maternal, señaló una Ducati, no la más moderna, pero si un vehículo llamativo. Una imponente motocicleta roja que admiró con ojos soñadores hasta llegar a su lado. Lance tragó saliva, y, soltando una mentira, habló con un evidente abatimiento en su voz.

―Eh...pues, está bien. Me parece perfecto, es muy bonita.
―Bueno, con tal de que sepas ponerte un casco, todo bien. Da igual que vayas detrás, es mejor eso a un accidente, ¿no? ―le guiñó un ojo con gesto simpático, subiéndose al vehículo. Ella no llevaba nada para protegerse la cabeza, ya que se lo cedió a él ―, póntelo y súbete.
―Ya está, supongo…
Ella arrancó con evidente placer al sentir la brisa en la cara. La escena sería muy extraña a los ojos de los demás, una adolescente con otro atrás conduciendo a una velocidad prohibida en aquellas calles, pero nadie se fijaba demasiado. Sólo se veía un borrón rojo y negro en el asfalto cerca de la acera, exepto cuando con frenazos secos se detenía frente a los semáforos esparcidos por la ciudad. Lance parecía a punto de vomitar cuando aparcaron frente a un pequeño negocio de aspecto refinado pero casual, con un letrero de madera que colgaba sobre las puertas de cristal. ¿Contraste o contradicción? No le importaba, lo único que quería era comer, así que ignoró las carcajadas nada disimuladas de su compañera para entrar al local, sin tomar en cuenta las personas que lo miraban extrañado.
Marianna tardó un poco, pero volvió con sendos vasos de refresco, una pizza familiar y dos postres con fresas en una bandeja. Mantuvo un precario equilibrio hasta llegar a la mesa.

―Para comer tanto mantienes un buen cuerpo ―comentó sorprendido el muchacho, aunque la mirada de deseo que le dirigía era…bueno, perturbadora.
―Gracias. Esta está recién hecha, tuvimos suerte de llegar antes de que otro la pidiera.

Comieron o, más bien, devoraron su “almuerzo” entre risitas. Él no parecía cansarse de verla hacer muecas, por más estúpidas que fuesen, y ella tampoco pudo resistirse a mirarlo como idiota apenas comenzó con su postre. Tenía una esquina de la boca sucia con la crema. Era deleitante mirar como sus labios entreabrirse para que la jugosa fruta entrara en ellos… Se sentía una morbosa.
―Quiero ser esa fresa ―dijo, apenas consciente de que hablaba en voz alta. Su novio la miró curveando el objeto de su deseo en una sonrisa, que se convirtió en risita apenas escuchar su sutil pero directo comentario… No era que se creyera especial, ni nada, pero se figuraba que ella estaría mirándolo mientras comía, total, había estado haciéndolo tooodo el rato.
― ¿No quieres?
Ella se acercó lo más que pudo a sus labios sin levantarse, devorando la fresa con ansias, pero no tantas como las que tenía el beso que le dio al chico cuando terminó.
Sin embargo… su rostro tenía una expresión seria, rara. Por primera vez, desvió la mirada a un sitio que no era alguna zona de su rostro.
― ¿Cuántos años tienes?
―Diecisiete, ¿por qué?
―Mierda ―torció el gesto ―, yo tengo dieciocho.
―Lo sé ―sonrió, dejando el cubierto sobre la mesa, con una cantidad considerable de postre en su copa, que extendió hacia Marianna. Esta miró las frutas con gesto aún pensativo...y su preocupación se torno más real, sin que pudiera disimularla en su rostro. ¿A qué se debía que quisiera lo que pasaba por su mente, a que se debía que apenas si pudiera disimular lo mucho que le importaban sus movimientos...? Quizá, habría algo más allá de la fuerte obsesión que estaba experimentando, porque las mariposas en su estómago que creía hacía mucho eran cadáveres, ahora aleteaban libres por todo su ser. ¡Qué complicado era todo eso!
Se llevó la otra mano a la frente, antes de volver a observarlo.
―O tú estás demasiado bueno, o yo soy demasiado estúpida.
―Yo…―él se sonrojó, nadie le había dicho eso de manera tan clara, pero antes de que pudiera seguir, su celular comenzó a vibrar en su bolsillo. Soltó una maldición baja antes de contestarlo, frunciendo los labios ―, joder…
― ¿Pasa algo?
―Tengo que irme, surgió un problema en el trabajo… Necesito revisar algunas cosas otra vez ―parecía muy molesto.
―Oh ―hizo un puchero. ¿Iba a largarse cuando estaba a punto de destruir su re-mentada barrera de niña mala? Le molestaba que la interrumpieran al hablar, y no podía dejar que se fuera sin decírselo. Al tratar de hablar se atragantó, y tuvo que buscar aire ―, bueno, si es importante…
Lance se levantó de la silla, pero en lugar de dirigirse a la puerta de salida, fue hacia ella, situándose a su lado mientras aún permanecía sentada, le apartó el cabello del rostro delicadamente y le dio un beso suave en los labios, separándose de ellos para recorrer con el borde suave de sus labios el rostro de Marianna hasta llegar a su frente para darle otro beso leve pero tierno.
―¿No quieres venir conmigo? No soportaría dejarte sola un minuto, aunque suene como un acosador.
―¿Es en serio?
―Si no te molesta caminar… ya que mi hermano usó el auto hoy.
Se le veía apenado, como si le molestase el hecho de tener que hacerla caminar, estaba considerando seriamente el comprarse su propio auto, para evitar más vergüenza en un futuro.
―Adoro caminar, por eso tengo tan buenas piernas… aunque, claro, preferiría ir en moto.
Su sentido del humor volvía a ser el de siempre, y le sonreía al tomarlo de la mano. Dejó los billetes en la mesa (antes de que él pagara), halándolo levemente hacia la puerta.
―Primero, le gustas a la camarera. Segundo...mmm... ―volvió a lucir reflexiva ―, te diría algo pero sonaría demasiado exagerado.
Se detuvo un momento, tomando los billetes con una mano mientras sacaba el dinero necesario para pagar de su bolsillo con la otra, dejándolo en la mesa junto con una propina para la camarera, extendiendo los billetes hacia ella, que los aceptó a regañadientes.
―¿Y segundo…?
Tardó un buen rato en decirlo; estaba algo perdida, así que supuso que ya estaban a varios metros del local. No encontraba las palabras que describieran sus sentimientos… sin que sonase demasiado estúpido para su gusto. Dejó divagar su mente un largo rato, antes de humedecerse los labios.
―Creo que estoy enamorada de ti.
Alzó la vista. Lace estaba pasando los dedos suavemente entre su cabello, tiernamente, pero su rostro lucía la decoración de una sonrisa muy estúpida y un sonrojo que rayaba en lo infantil.
―Me alegra mucho escuchar eso, porque yo no creo, sé que estoy enamorado de ti ―le besó la nariz juguetonamente, mordiéndosela ―, y me alegra mucho que lo dijeras estando…consiente.
―¿Consiente? ―ella enarcó una ceja tras la mueca graciosa que hizo al ser mordida ―, ¿cómo que consiente?
―Bueno, respecto a lo que dijiste, anteriormente también lo habías mencionado, pero creí que había sido sólo un impulso. No es algo que me digan seguido, al menos no directamente, normalmente entre las chicas sólo se secretean y hablan de mí, pero jamás pueden decirme los cumplidos a la cara, me hacen sentir… bueno, no importa mucho ―un ligero matiz de tristeza había manchado su alegre semblante ―, aunque eso es otra historia.
―¿Te hacen sentir…? No entiendo a esas tías ―bufó con gesto enojado sin esperar respuesta ―, ¿qué tanto les cuesta acercarse o algo? Es mejor arrepentirse de hacer algo que de no hacerlo, en serio. Vale, ya me estoy alterando de nuevo.
―En parte quizá es mi culpa por no hacerme notar, aunque siempre que quiero acercarme a alguien no soy muy bien recibido. Yo tampoco las comprendo, pero si no me dicen lo que sienten, es difícil que yo adivine, por ello solo he tenido una amiga en mi vida, los demás si bien no los puedo llamar amigos, son personas que…―hizo una pausa momentánea, reflexionando y acomodando un poco sus palabras ―, no me han juzgado.
―Tienes una manera tan extraña de ver las cosas… Sin embargo, prometo hacerte fácil el que te acerques a mí en cualquier sentido ―guiñó un ojo con un obvio sentido de perversión,
―Gracias, eso alivia. No sé en qué momento llegamos aquí tan rápido…pero la librería está doblando la siguiente esquina ―no quería llegar tan rápido, era agradable conversar con ella, pero tuvo que acelerar el paso, ya que su celular estaba vibrando de nuevo ―, dame un segundo…
Respondió de mala gana, desviando la mirada, hablando en susurros… parecía estar diciendo todas las groserías que se sabía junto con la risa más amarga que tenía.
Al final se detuvieron frente a una tienda de aspecto surtido, que le dejó una ligera
Sensación de dejá vù. Las personas entraban y salían rápidamente, con un paquete estampado entre sus manos. Le dieron ganas de comprar algo.

―¿Deseas esperarme aquí afuera o entrarás conmigo…? Adentro es un desastre, además no creo tardar. Arreglaré todo rápidamente.
―Oh, no, está bien ―sacó una chupeta de su bolsillo, no demasiado segura de porque estaba tan malhumorado, de hecho, ignoraba por completo el motivo. No le agradaba la gente en ese estado, era muy susceptible con ese tipo de cosas; temía que descargarse con ella le viniera a la cabeza ―, por el ánimo que llevas… ―se recostó de la pared, con gesto descarado. Quizá gritaría, o algo peor. No quería verlo peor. El cielo se estaba encapotando, tornándose de un tono grisáceo que le encantaba ―. Prefiero evitarme el show.
―Cuidado…―advirtió, sonriendo.

Apenas entrando, sintió que una piedra le había caído en la cabeza, pero se percató de que a sus pies estaba un libro que había prestado bastante tiempo atrás. Lo levantó y lo hojeó, encontrando entre las páginas una notita con un "gracias, imbécil" escrito en ella. Sonrió disimuladamente, recorriendo con la mirada todo el lugar.
―Muy bien… ¿DÓNDE TE METISTE? ―el grito de Lance fue tan potente que no dudaba que toda la cuadra lo hubiese oído. Afuera, por lo menos ella lo oyó, pero prefirió quedarse en su sitio, mirando como finas gotas de lluvia comenzaban a caer en el asfalto. Divertida contempló a las personas correr bajo el inminente aguacero.
Lance Miró todo a su alrededor, al parecer, le habían dejado el trabajo más pesado a él, igual que siempre. Había un montón de cajas aún selladas, mucho por acomodar, junto con un nuevo libro el cual parecía tener mucha demanda, sobre todo entre las chicas. Era una novela romántica de quién sabe qué autor, no le importaba mucho.

Estaba solo, así que se sentó en el suelo, abriendo el libro no sin antes echar una mirada a su alrededor para asegurarse de que no hubiera nadie, y comenzó a leer el prólogo. Parecía interesante, ya que a él… bueno, le gustaban ese tipo de libros. Se mordió levemente el labio, completamente embobado con la lectura, cuando sintió la puerta abrirse con un chirrido que lo hizo estremecerse, soltando un grito.
―Pero quién…―sonrojado, trató de esconder el texto tras su espalda. Tragó saliva mientras miraba a la morena accesar a la habitación―, l-lo siento ―hablaba entrecortadamente, jadeando ―, te hice esperar mucho.
Por supuesto, luego de diez minutos afuera se había aburrido. Ella era impuntual desde que tenía memoria, por la genética, pero, detestaba estar esperando a la gente, en especial cuando esta aclaraba que se iba a “tardar poco”. Observaba a su alrededor un tanto distraída, hasta que posó sus ojos achocolatados en los de Lance, enarcando una ceja.
―¿Qué te pasa…? ¿Y qué escondes…?
―Nada, nada ―comenzó a ponerse nervioso de nuevo ―, no debí haber venido siquiera, una compañera se encargará de todo. Buscó desesperadamente la manera de seguir ocultando el libro, no quería devolverlo…así que no tendría opción. Aspiró hondo, dándose una palmada en la frente.
―¡Eh! ―con un movimiento rápido, le arrebató el objeto de las manos, ignorándolo ―, eh, este libro mola.
―Bueno, al menos no tendré que esconderlo camino a casa ―trató de reírse, pero sentía los labios entumecidos. Ella se rió, acercándose a robarle un beso para calentarle la boca, ahora mucho más flexible, para despegarse con gesto preocupado.
―Necesito pedirte varios favores.
―Claro, los que quieras…
―Necesito que…―hizo una mueca de intenso desagrado, como si la idea en sí la asqueara con solo pensarlo ―, necesito que conozcas a mis padres.
―Pues, dime como son… así sabré a que me arriesgo.
―Mi madre se parece mucho a mí, pero, es más estricta… Con los desconocidos. Ella en general es el problema, aunque, eres blanco, alto, estás buenísimo y tienes dinero ―esto último lo dijo con deje de amargura en la voz. Era algo que utilizaba muy poco, pero ese pensamiento le irritaba ―, quiero decir… No es que sea interesada, pero “No te he llevado hasta ese tamaño para que te líes con cualquier recogelatas”.
―No hay problema con eso si puede ayudar a agradarle a tus padres, haré todo lo posible para que me acepten ―soltó una leve carcajada y la tomó de la mano ―. Por ti puedo hacer lo que sea.
―Por amor a Drácula, que cursi suena eso.

Lo llevó hasta afuera de la tienda, ignorando las miradas furtivas de las que era víctima. Al parecer y por lo que oía de los trabajadores, no era común que “Kuran” anduviera por allí cogido de la mano con una chica. Trató de ver la escena desde afuera; Un par de adolescentes caminando juntos por las calles de Madrid cogidos de la mano. La chica, una morena con cara de ninfómana –soltó una risita ante ese auto-calificativo -, que andaba en shorts a las tres de la tarde, con un libro empalagosamente cursi apretado contra su pecho. El chico, una persona bastante alta (con decir que era más alto que ella bastaba), que no dejaba de mirarla y parecía sentir que el mundo le pertenecía por el simple hecho de tenerla caminando a su lado. No debía ser algo muy común de ver, ¿o sí?
―Mmm, apenas son las tres. Podría ser hoy mismo, claro, si tú quieres y no tienes nada mejor que hacer.
―Por supuesto, hoy planeaba estar contigo solamente, y si deseas que vayamos con tus padres, que así sea.
―Conmigo solamente, huh…―arqueó una ceja. Marianna amaba a su madre, pero la idea de presentarle un chico le resultaba aterradora. Preferiría, incluso de buena gana, luchar con una serpiente de siete cabezas ―. Será una tortura.
―Habrá que intentarlo… Supongo que no luzco tan mal, o al menos eso quiero creer.
―Te ves…Bien. Pero ―ya podía visualizar su motocicleta, así que comenzó a caminar más despacio ―, no tienes idea de lo mucho que me gustaría que estuvieras en mi cama, sin nada puesto.

Soltó una carcajada al ver su rostro ruborizado.

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Al bajar ambos de la moto frente a la casa, Marianna tardó algunos minutos en quitarle el casco a Lance. Aunque lo habían hecho miles de veces, trataba de ganar tiempo en el broche, pero no es mucho lo que eso puede dar. Un suspiro magistral salió de sus labios al tener el implemento en la mano. Con la otra se haló el rostro hacia abajo, torciendo el gesto.
Se veía incómoda de una manera que no había estado en mucho tiempo, pues no recordaba haber llevado a un amago de pretendiente a casa de ellos JAMÁS. No quería imaginar su reacción al presentar al chico pálido de facciones hermosas como su… novio. Puaj.
―Bien, directo a la boca del dragón ―susurró, avanzando por el sendero de piedras labradas.
Lance caminaba a su lado con la respiración acelerada. No había estado así de inquieto en mucho tiempo, pues no recordaba haber tenido un motivo para arriesgar su serenidad, pero ahora ese motivo caminaba a su lado, y no quería, ni podía decepcionarla por nada del mundo.
―Está bien.
―Ah, lo olvidaba.

Se detuvo con una sonrisa, algo forzada, pero sonrisa al fin y al cabo, para abrazarlo muy fuerte, de una manera que hizo crujir sus costillas (o quizá fuese imaginación suya), antes de besarlo profundamente. Sabía que esa gracia no podría hacerla, ni de coña, frente a sus padres, a menos que quisiera un sermón luego de que el chico se fuera.
Aunque ella se iría con él, ¿no?
Apenas terminar avanzó, aún nerviosa, tocando el timbre. Una voz aguda respondió “ya voy”.
Marianna jugó con sus dedos hasta que la puerta blanca se abrió, dejando ver un rostro bronceado cuyo marco era un cabello casi rubio, que pronto se vio adornado con una sonrisa de oreja a oreja.

―¡Maiky! ―gritó la joven, arrojándose a los brazos de su sorprendida hermana, que no esperaba verla allí. Sin embargo, era una buena entrada. Su novio miraba a la chica que se ahora estaba en sus brazos con gesto de sorpresa. Después de verla tan nerviosa, no esperaba una bienvenida tan… Cariñosa. Prefirió mantenerse callado mientras las dos mujeres intercambiaban afectuosos saludos, curvando sus labios en una leve sonrisa.
―¿Y quién es la estatua que te acompaña? Que por cierto ni mal está ―luego de desembarazarse de Marianna, la chica de alborotadísima melena casi dorada observó al chico con un escrutinio carente de disimulo ―, ¿un compañero de trabajo?
―Esto, Nana…Este es Lance Kuran. Mi novio.
Primero hubo un silencio sepulcral. Luego, “Nana” soltó una carcajada, pero al ver la cara sonrojada de su hermana, pasó la mirada de ella a Lance y viceversa.
―Jamás imaginé oírte decir esas palabras, pero, no es por nada, tú novio está buenísimo― miró al chico con una sonrisa muy amable, contagiosa ―. Si, el descaro es genético. Vamos, pasen, mamá y papá están almorzando.
Ambos entraron a la casa tras ella, pero antes de hacerlo, Lance se agachó un poco para susurrarle al oído: “Estoy dispuesto a enfrentarlos”.
El pasillo decorado en tonos crema, similares a los de su baño, estaba desierto. Nana no los guió al comedor, sino que se fue directo a la sala, dónde estaban dando su show de televisión favorito. Su hermana caminó delante del moreno hasta la habitación, tapizada de ladrillos en un tono claro, con piso de parqué. Era un ambiente cálido, elegante, donde sus padres departían cómodamente.
Se aclaró la garganta para llamar su atención; tanto Maritza como Enrique voltearon con gesto curioso. Los ojos de la mujer pasaron de Lance a Marianna sin decir pío por varios segundos.
―Hola, querida ―murmuró de modo cortés, levantándose ―, tiempo sin verte. Aunque me siento confundida… ¿quién es el muchacho que te acompaña?
La chica miró a su novio en busca de apoyo. Este se hizo a un lado el cabello que le caía en la frente, acercándose a la mesa. A pesar de que su corazón iba a estallar, a simple vista tenía una pinta segura, decisiva. Extendió la mano hacia la señora, que parecía entretenida observándolo.
―Me llamo Lance Kuran, y soy el novio de su hija, es un placer conocerla.
―Novio.
No era una pregunta, ni tampoco una afirmación. Solo la constatación de un hecho con voz en extremo incrédula. Sin embargo, la señora podría ser de todo, menos descortés, y extendió la venosa mano para estrechar la del muchacho.
― ¿Desde hace cuanto si se puede saber?
―Un mes ―mintió la chica en su defensa, con toda la naturalidad del mundo. No sonaría demasiado lógico que Marianna les fuese a presentar un chico que conocía desde…Ayer ―, sólo que, bueno, no tenía demasiadas ganas de formalizar así que por eso tardé en presentarlo, pero ahora sé que lo quiero y quería que vosotros lo supierais.
―Tú novio necesita un corte de cabello ―sonrió el jocoso padre, contemplando el largo cabello de Lance, pero esa fue toda su reflexión. Pronto volvió con el plato de comida tailandesa.
―Etto, y, bueno, ¿qué piensas?
―Qué Lance necesita un corte de cabello.

Marianna se rió. Si eso era todo lo que iban a decir, lo aceptaba de buena gana… pero sus esperanzas eran plenamente infundadas. Más que una petición, su madre les ordenó con un gesto que la siguieran a la sala para lo que la chica llamaba “la interrogación”. Esta estaba decorada de manera similar a la de la cocina, con múltiples libreros esparcidos por allí y una chimenea que en ese momento estaba apagada.
― ¿Y de dónde eres, Lance? ―inquirió, ya que estuvieron sentados.
―De Italia, señora. Pero vivo aquí desde que mi padre se marchó al ejército, dejando a mi hermano a mi cuidado.
―Interesante. Supongo que, eres mayor que Mariana, ¿o me equivoco?
―Sí, tiene veinte ―mintió la joven, sonriente ante el aplomo del chico y sujetándole la mano con cariño. Procuró no mirarlo demasiado, porque en ese mismo momento estaba deseando haberse quedado en la cama… alejó esos pensamientos de su cabeza, admirada de cómo le lograba mantener la mirada a su madre ―, obviamente.
―Ajá. ¿Y qué planeas estudiar?
―Estudio filosofía y letras los fines de semana, el resto de los días estoy algo ocupado con los trabajos de la librería, además de los quehaceres de la casa.
―Ah, ¡trabajas! ―en los ojos de Maritza chispeó la aprobación. Marianna sintió deseos de llevarse la mano a la frente ―, eso es una excelente noticia. Nuestra Marianna se la da de independiente ―la aludida hizo una mueca ―, pero merece alguien que pueda complacerla, perdón si suena algo… materialista.
Ella de pronto comenzó a reír entre dientes. Por supuesto, el verbo le traía otros recuerdos de la noche anterior, totalmente ajenos al mundo materialista. Maritza la observó como si estuviera teniendo una especie de ataque, a pesar de que no había soltado siquiera una carcajada.
―No te preocupes, mamá… ―Marianna dejó de reírse, mordiéndose los labios y mirando distraídamente al chico ―, Lance sí que sabe “complacerme” ―sus padres volvieron a quedarse con la vista fija en ella, aunque podía sentir como Adriana luchaba por no reírse cerca de la puerta, al parecer, era la única que había captado la idea. Maritza tardó un poco en volver a hablar.
―Y, ¿vives en su edificio?
―Pues, la verdad es que no…
―No, no vive en mi edificio, lo conocí… En el parque que hay cerca ―respondió con tranquilidad, bebiendo un sorbo del café que le ofrecía su hermana, que dejó la bandejita con café, crema y galletas en la mesita.
―Ah, ese lugar. Bien, bien… ―parecía una de esas profesoras desagradables que amaban hacer sufrir a los alumnos.
―¿Planean casarse pronto? ―inquirió su padre, sonriente, mientras entraba a la habitación por una taza de la humeante infusión.
Marianna escupió un poco del líquido. ¿Ella, casarse? ¿No había dicho que se conocían hace un mes? Era irrelevante que se conociesen desde ayer, ellos pensaban que no era así. Casarse con un mes de haberse visto por primera vez era irracional incluso para ella.
―¡Anda, que es broma! ―aclaró el hombre calvo de aspecto bonachón, divertido con la expresión aterrada de su hija.
―Ufff, no me déis esos sustos ―murmuró la chica, rodando los ojos ―, ¿qué, te comió la lengua un gato, mamá?
―No, estaba pensando que es interesante la pregunta de César, ¿esto es algo serio? es decir, ¿planeas que sea serio?
―Por mi parte, lo es. Por eso planeo dedicarle a su hija el tiempo que me sea posible, darle lo mejor de mí, para demostrarle que voy completamente en serio.
Los tres se quedaron algo callados durante unos largos segundos, pero Maritza pronto reanudó la interrogación, con preguntas menos… serias.

Duró casi una hora investigando sobre la vida del joven, hasta que Marianna alegó que tenían un “compromiso urgente”, aunque en realidad lo único que quería, era largarse. Le debía mucho, muchísimo a Lance por hacerlo pasar por aquello. Su hermana se despidió con cariño, abrazándola de nuevo, pero ella estaba más que feliz apenas se cerró la puerta. Procuró caminar con naturalidad hasta su motocicleta e incluso le cedió el casco a Lance sin mucho romanticismo.
…Claro que, al bajarse en el estacionamiento del edificio, no lo violó para no causar revuelo a las pocas personas que estaban allí. Casi llora de agradecimiento al abrazarlo.
―¡Gracias, gracias, gracias! ―musitó. Él parecía sorprendido, pero estaba igualmente satisfecho de haber salido con vida, y, según sus cumplidos, incluso bien parado.
A pesar de las miradas reprobatorias, Lance la llevaba a caballito; Total, era bastante delgada y al parecer el bastante fuerte. Podía deleitarse mordiendo su cuello disimuladamente, aunque, claro, los vecinos no dejaban de criticar en voz baja.

Cosa de todos los días.

No recordaba lo hermoso que era su departamento. Con euforia se quitó la ropa para ponerse algo más cómodo. Lance la miraba tentado a tocar, pero ella tenía hambre otra vez, era hora de cenar y dudaba que su novio tuviera ánimos de cocinar. Sin mucha preocupación preparó omelettes de queso y unos vasos de malteada, acompañados, por supuesto, de los muffins de la tarde anterior, ahora con una capa de nutella. No comieron en la mesa; con una mesita auxiliar, se dieron el lujo de cenar sobre la cama. Lance andaba en bóxers, pues era más cómodo estar así.

Allí tirada, al terminar, con los platos sin fregar en la cocina y la cabellera de Lance esparcida por su pecho, pudo hablar del tema.
―Etto, Lance…―murmuró, nerviosa y dejando de juguetear con su cabello.
El chico alzó la mirada hacia arriba, donde podía divisar la barbilla de la joven. Estaba cómodo entre sus pechos, a pesar de que a causa de eso un ligero sonrojo llegaba a sus mejillas.
―Lo que le dijiste a mi madre, ¿iba en serio? ¿De verdad planeas quedarte conmigo?
Lance miró a la chica, que estaba ligeramente sonrojada, incorporándose hasta alcanzar su rostro y tomarlo entre sus manos. Robó su mirada con una mezcla de seria ternura.
―¿Crees que, a estas alturas te mentiría? A pesar de que nos conocimos hace apenas un día, ya me has hecho hacer cosas que por nadie más hubiera hecho ni en mis sueños más locos.
―Ow. Eso es… genial ―no se le ocurría otro adjetivo para describirlo ―, ahora, me falta a mí decirlo. Tú me lo demostraste hoy ―lo besó suavemente en el cuello al abrazarlo con una mano, pues en la otra tenía el frasco de golosina ―. Te amo.

Entonces, algo de la nutella que se estaba tragando cayó de su dedo al nacimiento de los senos. Ni fue la única que se dio cuenta; Lance siguió la trayectoria de la gota con los ojos, así que sonrió de una manera casi maquiavélica, invitando al chico a limpiarla. Él se contagió de su gesto, y con delicadeza haló el escote de la blusa hacia abajo, limpiando la piel con suaves lamidas que dejaban una marca húmeda. No parecía satisfecho, así que bajó los tirantes de la prenda para que ella se la quitase. Ella no llevaba nada debajo, como era su costumbre al estar en la casa; pronto tuvo los suaves senos en su boca. Parecía más que complacido con los gemidos de Marianna, que se arqueaba contra su cuerpo. La cama era grande y le permitía moverse bastante, así que cogió el frasco de la sustancia para untar del piso, dónde lo había dejado la chica, colocando un poco en el hueco del cuello, los pechos, los botones...Ella enarcó una ceja, a pesar de que estaba más que excitada.

―Así que eres un pervertido…―murmuró, a la vez que, sin contestar, Lance volvía a lamer los rígidos botones, ahora untados de dulce, con una cara de satisfacción inigualable. Sin poderse contener, clavó los dientes en uno con todo el cuidado que pudo. El resultado fue un grito contenido que se convirtió en música para sus oídos. Se inclinó hasta su oreja, aún con una mano acariciando sus pechos de forma circular, mordisqueando el lóbulo con lujuria. La piel de su nuca se erizó apenas la sensual voz del chico aduló sus sentidos mientras le hablaba muy despacio.

―¿Sabes? Me estoy haciendo a la idea de lo delicioso que sabría esto ―pasó los dedos llenos de chocolate por su boca entreabierta, disfrutando especialmente la manera en que ella los lamió de manera sugerente, haciendo referencia a “otra” cosa ―, en otra parte de tu anatomía…
―¿Seguro?
―Mientras a ti te guste…

Deslizó su mano hasta la entrepierna de su novia, y la manera en que exhaló el aire fue una aceptación bastante obvia. Resbaló la lengua desde sus labios (en los que se entretuvo un largo rato), pasando por los senos, de nuevo, el vientre…la parte interna de sus muslos, hasta llegar a la entrepierna. Marianna tragó saliva, pero se olvidó de la ligera vergüenza que aquello le producía apenas el húmedo placer entrar en contacto con su intimidad.
―Lance…
―Estaba en lo correcto ―musitó, deteniendo su labor un momento. Tenía los labios mojados y curvados en una sonrisa extraña ―, delicioso.
Luego de algunos minutos se levantó al causar el orgasmo deseado. La visión de la chica desnuda, jadeante, con las manos aferrándose a las sábanas, era embriagadora. Se relamió.
―Perdóname por parecer un pervertido Marianna ―metió las manos bajó su cuerpo, acariciando su trasero con delicadeza antes de sentarla sobre su miembro, completamente despierto, uniéndose en uno. No recordaba que él hubiese pronunciado su nombre antes, pero se oía genial―, es que…
Ella no lo dejó hablar, sellándole la boca son su lengua mientras se ponían en una posición más… cómoda para poder maniobrar. Demonios, eso se sentía demasiado bien para ser legal.
Esa noche, dormiría su puta madre.



Me gustó la longitud. El próximo capítulo de toca a tí, Monchi e-e
espero te guste esto, btw.
te adoro <3